Estimado amigo:
Hoy te dedico unas líneas a pesar de
no ser el más querido de tu parentela o, quizás, tal vez por eso te las escribo.
A tu hermano el verano, la sociedad lo
honra con su estima y favor. A él asocian diversión, viajes, ocio…, mientras
que tú representas el remate de todo esto que en él nació. La primavera, tu
única hermana, ha conquistado a los poetas, que siempre le han dedicado desde los versos más ripiosos a los
más excelsos y finos poemas. Pero yo te aprecio por restituir la belleza que el
verano arrebató a la primavera, esplendor que logras devolver cuando tiñes de tonos rojizos los atardeceres, desnudas los árboles y con sus ropajes tapizas la tierra de ocres, pintas de verde los campos, y coloreas los bosques de amarillos y rojos. En tu juventud, las tardes rozan la perfección, traen sosiego al espíritu e invitan al recogimiento y a la reflexión.
Sin embargo, mucho me temo, lector,
que mi lenguaje va adquiriendo un matiz excesivamente remilgado que bien
pudiera convertir el resultado en un texto demasiado cursi y empalagoso. Para
mitigar tal contrariedad, te diré que con él también llegan acompañantes más
prosaicos: catarros, coleccionables, vacunas antigripales y otros de igual o parecida catadura.
Desconozco si el resultado se ha ajustado a mi propósito, si tal cosa no ocurrió, ahí estas tú para decirlo...